Todavía no repuestos de las emociones del la noche del jueves, a las siete de la mañana nos levantamos para desayunar y ver a Luis marcharse al Four Seasons a prepararse y vestirse para la boda. En realidad debíamos habernos ido con él Cristina y yo, pero al final tenía tanta prisa que su madre optó por darse un rato para vestirse con calma.
A las ocho y cuarto salimos, en los coches contratados para el día de la boda, del hotel Sheraton, todos vestidos adecuadamente, los hombres con trajes oscuros, las mujeres muy elegantes. Cristina, Ana y Cristinita, con trajes largos de Sevillana, llamaban la atención por su prestancia, belleza y feminidad. Los empleados y clientes del hotel, tanto en el amplio lobby como en el espacio cubierto del aparcamiento, miran y admiran, junto a conductores de taxi – meter y tuc–tuc, vendedores de masajes y viandantes de todas las razas, curiosos, con expresiones de asombro, al grupo de exóticos occidentales que se embarcan en los automóviles, indudablemente, para acudir a un importante acto social
El Four Seasons es un precioso hotel, decorado con un exquisito toque oriental, muebles preciosos, orquídeas, cuadros y sedas de lujo asiático. El despliegue de amabilidad de los recepcionistas y las expresiones de asombrada admiración se repiten nuevamente en la entrada, llena de orquídeas, de uno de los hoteles más exclusivos del Sureste de Asia.
Ya en el interior, espléndido en su conjunto y repetidamente admiradas por chinos, coreanos, filipinos, japoneses y occidentales de todos los continentes, en la amplia, blanquísima, marmórea y exquisita escalera principal, las mujeres españolas se hicieron, luego de dejar en la sala preparada para ellas, las maletas con la ropa para la ceremonia católica y la cena de la noche, fotografías para el recuerdo.
En la sala prevista la ceremonia de la boda budista, muy cerca de un precioso jardín, nos esperaba la familia de Pong, encabezada por el Profesor Kanung Luchai y la abuela, la madre, tías y tíos y primos, diez personas más o menos.
Ya se encuentran en la sala Pong y Luis, ella con un precioso traje blanco, exquisito, de novia tailandesa que enaltece su figura y realza su belleza y Luis, muy nervioso, como un buen novio, elegante también con el traje tailandés de ceremonia, arriba una chaqueta blanca muy bordada, de seda y abajo, algo, que aunque no es pantalón y sí una pieza cuadrada de seda preciosa azul que se dobla de una forma especial, hace la misma función.
De frente una gran tarima, con una alfombra roja y unos pequeños apoyos para sentarse los monjes, a más de una imagen de Buda y un recipiente con agua bendita a más de otros aditamentos, a la derecha unos sillones para el profesor, la abuela y para que , más tarde, se sentaran las personas más importantes de la ceremonia. Frente a la tarima, cuatro filas de cómodas y estilizadas sillas para los asistentes a esta ceremonia íntima.
A las nueve y diecinueve, el terminado en nueve es importante, entraron los nueve monjes, todos ellos con la cabeza ramada, vestidos con túnicas azafrán, que subidos en la tarima ocuparon sus puestos, sacaron de sus bolsillos unos pañuelos también azafrán y algunos objetos de uso desconocido para nosotros.
Y luego de hacer reverencias, comenzaron a rezar. Veinte minutos largos, quizá diecinueve o veintinueve, de decir en sánscrito una letanía que era difícil escuchar sin caer en profundo sueño, se detuvieron. Sacaron un cordel de seda, muy largo que pasaron del primero al último y mantuvieron sujeto entre las manos, para seguir rezando otros diecinueve o veintinueve minutos de letanías en sánscrito. Realmente lo que hacen los monjes es pedir al cielo que sean buenos, que tengan largas vidas, paz, hijos, amor, riquezas, las cosas que siempre pedimos todos para aquellas personas las que queremos
En este punto Luis y Pong fueron entregando a cada monje un plato con comida y un vaso de agua. Lo hicieron arrastrándose por el suelo, de rodillas, y ponían las cosas ante cada uno de los nueve, que se las acercaban tirando del pañuelo en que las habían colocado los novios, esto para no contaminarse del contacto, absolutamente prohibido con las mujeres.
La comida, que habría de durarles hasta el día siguiente, ya que solamente comen una vez al día, era, aunque lujosa en apariencia, sencilla: Un cuenco de arroz, verduras y un poco de pescado, rociado todo con agua clara.
La comida dura media hora aproximadamente. Mientras comen, todos circulamos por la sala, salimos de ella, comentamos, hablamos con los contrasangres y esperamos.
Más tarde nuevas oraciones, una pequeña homilía del mayor de los monjes, al parecer muy famoso, antiguo azote de la dictadura militar y consejero del Rey, y todo termina con una bendición a los novios con agua bendita servida con una pequeña escobilla de pajas. Los monjes salen rociando a todos con el agua de Buda y deseando felicidad a los novios a sus familias y a todos los presentes. Evidentemente se llevan consigo un obsequio consistente en una túnica amarilla y un paquete con objetos para su aseo personal, muy fino todo, en nueve paquetes del Four Seasons.
Ha terminado la primera parte. Pensábamos que la ceremonia de la boda había terminado, pero era una falsa presunción. Ahora empieza el acto crucial.
La familia de Pong se instala en los sillones del fondo, dejando libres tres a la derecha del Profesor. Nosotros, todos, salimos de la sala y recibimos instrucciones del maestro de ceremonias.
En procesión, primero los padres del novio, luego el novio, detrás Cristina, Marcos, Victoria y Javier, con cuatro enormes jarrones envueltos en sedas y de colores. Mas tarde, en parejas, el resto de la familia y los amigos.
Despacio, muy formales, somos sorprendidos por grandes gritos que lanza al aire el tío de la novia y son contestadas por el maestro de ceremonias que toma el lugar de alguien de nosotros que no podremos nunca vocalizar esos gritos en el idioma de las cuarenta y pico consonantes y mas de una docena de vocales. Entre los gritos de aviso y de repuesta, que inquieren por tres veces sobre quienes somos y nuestras intenciones y las repetidas afirmaciones de llegar en son de paz, llegamos a la sala.
Yo, como padre del novio y persona relevante, importante de verdad, según me van diciendo, y voy teniendo conciencia de la naturaleza exacta del momento que estamos viviendo, me siento a la derecha del representante de la familia, a mi lado Cristina, la madre del novio y luego Ana, su madrina, el papel de las madrinas es significativo en Tailandia.
Se hace un gran silencio. En un inglés terrible digo, con voz firme, que venimos desde muy lejos, desde España, con presentes y un dinero que esperamos sean suficientes para que nos den a Pongkamon para que sea la mujer de Luis.
El profesor, con mucha calma, abre los jarrones, mira el contenido, saca los granos de arroz de distintos colores de sus bolsitas, riega con ellos el dinero en efectivo, mucho, de uno de ellos, el jarrón que contiene las joyas de Pong, regalos de su familia, de Luis y nuestros, y el resto del contenido de los jarrones.
Cuando ya esta todo bien regado de los colores del arroz, el profesor me dice que él y la familia de la novia, consideran adecuados los presentes y me entregan, como padre del novio, a Pongkamon para Luis.
Un nuevo cambio de escenario.
Medio sentados y medio arrodillados, con las manos en posición de oración, apoyadas en pequeños reclinatorios y sobre unos jarrones llenos de flores, unidas las cabezas por el cordón de seda blanco, hecho con el cordel previamente bendecido durante las oraciones y guardado en un ovillo, durante mucho rato en al agua de Buda, esperan Luis y Pong el rito final del matrimonio.
Empezando por el profesor, luego la madre y la familia de la novia, mas tarde todos nosotros, y todos los asistentes con edades superiores a los contrayentes (en el caso de los españoles todos se sienten con derecho a ello), vamos regando, con una caracola de plata, que rellenan permanentemente las hermanas del novio del recipiente de agua bendita del templo de la familia de Pong que ha traído, con total delicadeza, uno de sus tíos, las manos de los contrayentes. Creo que han caído varios litros de agua en los jarrones y sobre las preciosas alfombras del hotel.
Con el final del riego de las manos termina, sin un solo papel y ningún registro civil o religioso, la ceremonia del matrimonio. En la familia de Pong hay sonrisas, expresiones de satisfacción y algunas lágrimas al ver a su niña casada. En la familia del novio casi lo mismo, pero sin la conciencia todavía, de haber visto una boda real.
Se celebra el matrimonio , en una sala contigua, con la comida. Se sirven viandas thai. Deliciosas de sabor y colores muy distintos a los nuestros, incluyen arroz, sopas, verduras, pescados, te para beber, algunos dulces y un poco de distensión.
El tiempo de descanso es también ocasión para hablar e intercambiar cumplidos y buenas palabras entre las dos familias. La madre y las tías de Pong repiten una y otra vez la súplica de buen trato para su niña El gozo del matrimonio apenas atenúa el dolor de la próxima marcha a un lejano y distinto país extranjero de Pong y, como es natural, la preocupación familiar por su felicidad es mucha.
Avanzada la comida, poco a poco, los invitados se van retirando para vestirse las galas de la ceremonia católica y regresar, muy bien vestidos nuevamente, dispuestos para el nuevo acto.
La salida del hotel es nuevamente una grata sorpresa para huéspedes, empleados y viandantes. La madrina, Cristina lleva una enorme peineta de carey, y una preciosa mantilla negra, bordada a mano y siempre admirada por las expertas, piezas ambas de la abuela del novio que tanto hubiera querido estar presente en este día, colocadas impecablemente sobre un alto peinado. El novio, su padre, Marcos y Joaquín lucen occidentales chaqués, las mujeres españolas elegantes trajes largos que parecen salidos de la boda real española de hace un mes.
La madrina, el novio, su padre, Victoria y Ana, junto a los invitados que empiezan a llegar desde las tres de la tarde, hacen tiempo en la explanada de la Iglesia de los Redentoristas a que llegue la hora de la ceremonia haciendo fotografías y fumando, fumando mucho, fumando desaforadamente, acaso para compensar que en los hoteles de Bangkok no se puede fumar salvo en algunos retiros al aire libre y nunca en las salas o pasillos.
En la iglesia, con un pórtico sincrético, se está celebrando otra boda. Tienen todas las puertas, que son muchas, abiertas, es casi como estar al aire libre. Ventiladores potentes suavizan en el interior el calor enorme de la tarde de Bangkok. Podemos apreciar en el altar, a la izquierda una lámina con la virgen del Perpetuo Socorro, a la derecha San Antonio, en los altares laterales y en las paredes, otras figuras de un sincretismo budista evidente, al igual que lo es el Cristo que preside el altar.
Calor, mucho calor. Van llegando los invitados y en las cámaras de fotografías se van añadiendo imágenes para el recuerdo.
Salen los novios precedentes, son todos tailandeses. Una parte significativa del tres por ciento cristiano de Tailandia está reunida en la Iglesia del Perpetuo Socorro de los Padres Redentoristas, de esta ciudad. Un equipo de niñas y mujeres cambia con gran eficiencia las flores de los bancos, los libros de las lecturas y coloca en orden un enorme florero a los pies del altar.
Entramos todos. Solamente falta la novia. Cristina espera cerca del altar, elegantísima, con Luis, visiblemente mucho más cómodo con su chaqué, a Pong, que se hace, durante pocos minutos, esperar.
Pong, guapísima es poco, con un precioso vestido de novia occidental, entra en la iglesia del brazo del profesor
La ceremonia la celebra un sacerdote vietnamita que envía al profesor y a la madrina a sus bancos casi de inmediato, y hace subir a los testigos al altar. Los de Luis a la derecha, los de Pong a la izquierda.
Las lecturas, en inglés, corren cargo de Arturo, Joaquín, Manolo y Victoria, muy emocionada, que leen con gran soltura y claridad los textos escritos que todos tenemos para seguir la ceremonia.
Las arras son pesetas de 1948 que ya usaron los padres de Luis hace treinta años y que han traído al altar, junto a los anillos, Belén y Gonzalo acompañados por los primos pequeños de Pong vestidos para el acto.
El mutuo sí llega pronto y sigue la firma en el libro de matrimonios y, más tarde, en el certificado de matrimonio canónico, en letras doradas y absolutamente oriental. El documento es importante, muy importante sin duda, ya que es el único reflejo escrito del enlace de Luis y Pong.
Es extraordinario el valor que la familia Phootratul y todos los invitados dan al certificado, a ese papel dorado. Para ellos es muestra muy clara de la seriedad de la ceremonia católica y le dan un alto significado a algo que para nosotros esta perdido en los libros parroquiales, la partida de matrimonio, oculta tras el Libro de Familia, siempre azul, de los españoles.
Risas, lágrimas, Pong está guapísima y Luis rezuma alegría. Fotografías y más fotografías. Pétalos de rosa sobre los novios. Se han casado, ahora todos los asistentes, budistas y católicas saben que el matrimonio es real. A mi, en ese momento me pasa por la mente la inutilidad de volver a celebrar una fiesta el día 24. Calor, mucho calor, más alegres fotografías.
El trayecto de regreso al Four Seassons no es largo a pesar del tremendo atasco de la tarde de Bangkok. En el coche hay como un gran respiro y una gran tranquilidad. Ahora solamente falta la cena, el último acto, la cena china, de un día lleno de ritos, ilusión y amor.
Hace calor y todo el mundo quiere fumar antes de sentarse en las mesas del gran salón. Cristina, elegantísima, se sienta en el jardín, fuma y recibe las visitas de Esperanza, llena de glamour, María, Javier, Cristina, Eva, Marcos, Juan, José Luis, Victoria, Gonzalo, Belén, Álvaro y de todos los mayores que la felicitan una y otra vez por haber entrado en el estatus de suegra.
En el centro del salón una gran tarta que casi alcanza el techo con sus nueve piso. Está custodiada por dos elefantes de hielo que son la mejor atracción para Gonzalo desde el principio hasta el final de la noche.
Más o menos ciento ochenta personas en mesas de diez o doce comensales, que se reparten por el gran espacio disponible. Los invitados de la novia a la derecha, a la izquierda, salvo tres mesas, también invitados tailandeses. Al fondo, el escenario con un micrófono adornado con flores blancas.
Uno, dos, tres, cuatro platos de exquisita comida china, exóticas salsas que llegan a los comensales en el tacatá que gira en el centro de todas las mesas y que son generosamente regados con el Gran Colegiata traído de España y que se sirve casi a la temperatura correcta.
El profesor sube al escenario y pronuncia unas hermosas palabras en tailandés y brinda, en inglés, por los novios. Una gran ovación llena el aire. Desde este momento se escuchan con relativa frecuencia gritos de “vivan los novios”, siempre coreados y cada vez por mas gargantas, con un “vivan”, en español.
Una sopa deliciosa es el quinto plato. En mi papel de representante de la familia del novio subo al escenario. En los escasos momentos que tardo en llegar al micrófono los chicos han repartido, escritas en tailandés, las palabras que pronuncio en castellano, y que son recibidas con enorme emoción por los novios y el resto de los asistentes.
Séptimo y octavo platos. Luis explica, sin timidez alguna cómo conoció a Pong y Pong como conoció a Luis. Grandes aplausos.
El noveno plato es una tarta. Es asombroso, pero todo el mundo, incluidos los españoles, comen tarta hasta que se termina, y era grande.
Es escenario se anima. Juan es el Gran Impulsor, apoyado por Gonzalo, de la fiesta. Música, baile, animación, lo mismo que en una boda animada de España. Los treinta y cinco españoles son ya los protagonistas de la fiesta a la que se suman invitados tailandeses, perdidas las inhibiciones propias de una sociedad muy formalista.
La barra libre va dejando caer las botellas y las prohibiciones. Hasta los más prudentes y sobrios tailandeses fuman, en lugar prohibido, los puros habanos que han conseguido Gonzalo, olvidado por un día de la seriedad de ser padre y marido de Mercedes, y Agustín, que animan a todos a no dejar un solo resto en las botellas de alcohol.
En un momento determinado vemos a Gonzalo, nuevamente con Agustín y esta vez acompañados por algunos más, explicar a Pong, en perfecto y rápido castellano, que al llegar a su habitación encontrarán las lámparas sin bombillas, no habrá toallas ni papel higiénico, la cama tendrá hecha la petaca y que serán despertados a las tres y a las cinco de la madrugada, eso solo para que vean los novios el amanecer.
Es milagroso, no solamente han averiguado el número de la habitación sino han conseguido la llave...y se han encontrado más de ocho primos preparando la noche de bodas de los novios en el hotel de gran lujo del Sureste de Asia.
Música, baile, bebidas, alegría. A las once de la noche quedan los españoles y algunas amigas de Pong que son incapaces de abandonar, prudentemente, una fiesta loca.
Sobre la una de la mañana algunos invitados estamos en el hotel Sheraton, el resto no lo sabemos, pero la noche es joven y la mayoría tiene que marchar mañana por la mañana a Phuket o al Norte, probablemente será lo mismo que el día que tomaron el avión para venir a Tailandia.
La noche iluminada de Bangkok, los rascacielos, el río, las gentes, el calor, se unen para recordar a los padres del novio que ha terminado el día de la boda y que ha sido un buen día, inolvidable y , sin duda, nos decimos Cristina y yo, el comienzo de un matrimonio que será, como todos los matrimonios, cuando hay amor, siempre difícil y seguro feliz.
Palabras para la boda de Pongkamon y Luis
Excelentísimo Señor Kanung Luechai, señoras Sukanya y Kalyarat Phootratul, Cristina, esposa mía, Pongkamon, Luis, padres nuestros que, en la distancia nos queréis, familia y amigos todos:
Hoy, en Bangkok, mis palabras, respuesta apagada al precioso decir del Profesor Kanung Luechai, tienen una sola finalidad, un solo propósito, cantar el amor de Luis a Pong y loar el gran amor de Pong a Luis, felicitar a los dos por su mutuo amor y desearles, para toda la vida y para después de la vida, el crecimiento constante de su amor.
El amor, misterio nuevo cada día, ese especial sentimiento que os ha traído hasta el matrimonio y os ha unido a los dos, ante nosotros, ante vosotros mismos y ante el Cielo, os abre, desde ahora mismo, el camino en común, hacia la plenitud personal de cada uno de vosotros y de los dos juntos, siendo uno.
Pong, Luis, en nombre de toda nuestra familia y de los amigos de la lejana España, quiero deciros que vuestro amor, aunque no lo sepáis todavía, os ha esperado desde siempre y os hará felices para siempre.
El amor que hoy publicamos os ha esperado desde que erais niños, acaso desde antes de ser niños. Cuando Pong crecía para ser mujer, Luis ya te buscaba, de la mano de la abuela María, viajando en sueños, por los Mares del Sur. Cuando Luis deseaba ser, Pong aprendía y aprendía, estudiaba, viajaba, conocía, se preparaba para el amor.
Vuestro amor, Pong, Luis, ya ha crecido, es grande porque ha superado ásperos comienzos, vencido difíciles pruebas y decisiones durísimas, que nosotros solamente intuimos y vosotros bien conocéis.
Hoy, desde mi amor de padre, con mi agradecimiento profundo a la madre, a la tía y a toda la familia de Pongkamon, que toda nuestra familia comparte, os deseo, con el apoyo de todos y la ayuda del Cielo, que el amor que ahora sentís y que os ha unido, sea cada día de un futuro muy largo, más y más profundo, más y más fuerte, más y más amor.
En Bangkok, a 2 de Julio de 2004
José Luis Mingo